1 de Diciembre – Día Mundial de la Lucha Contra el Sida

Este 1 de diciembre de 2021, 40 años después del primer diagnóstico de VIH, conocemos la historia de Carmen y su recorrido vital sorteando los prejuicios, los miedos ajenos y las deficiencias del sistema.

Preservativos sin culpa ni vergüenza

¿Cómo es posible que haya pasado ya un año? Es tan nítido el recuerdo que tengo del pasado 1 de diciembre que parece que lo hubiera vivido ayer… Desde que Carmen nos contó que es portadora del VIH nos juntamos ese día a comer en casa de nuestros amigos. El año pasado fue el primero (y en ese momento esperamos que el último) que no pudimos hacerlo: María estaba de viaje, y José y su pareja confinados a la espera del resultado de una PCR; cancelar la comida parecía lo más sensato.

Carmen no pareció disgustarse demasiado, estas fechas señaladas parecen ser más necesarias para nosotras, que albergamos mucho deseo por acompañar y mejorar las condiciones de vida de nuestra amiga, que para quienes conviven a diario con la enfermedad. Carmen se enfadaría si me escuchara decir que el VIH es una enfermedad con la que convive, no lo negaría, pero respondería algo así como “también convivo contigo y a veces me enfermas más que cualquier virus”. Una vez dejada atrás la atmósfera de incertidumbre que se instaló en su cuerpo, Carmen se ha hecho experta en la enfermedad. Lo que no esperaba es que tuviera que hacerse cargo también de las consecuencias sociales: convertirse en experta en habitar un mundo que la ha tejido con mil detalles, anécdotas y relatos falsos. Si el 1 de diciembre es necesario es para deshacer esos tejidos.

Carmen me dice que en las conversaciones en las que habla del VIH, no se desvela nada, ni sus preferencias sexuales, ni sus vicios. Normalmente se desvelan nuestros miedos e iras más irracionales, los prejuicios más aprehendidos. Si fuera una enfermedad transmisible a través del aire como el COVID y no de las relaciones sexuales, sería todo bien distinto, pero las personas nos volvemos peligrosamente desquiciadas en todo lo referente a la sexualidad, volcamos sobre ella una tensión que debemos abandonar para que el sexo pueda ser entendido desde lo afirmativo.

Carmen siempre reivindica su derecho a hablar de placer: “parece que solo estamos legitimados para hablar del dolor, mas no del goce”. Y es que pensándolo bien, saber que el VIH se transmite vía sexual, más que una realidad aterradora debería ser tranquilizadora, porque implica que es perfectamente evitable, que sabemos cómo cuidar de forma integral nuestra salud y mandar en nosotras con responsabilidad y disfrute. Nosotras hace ya mucho que aprendimos a incorporar el uso del preservativo como un momento de juego más dentro del sexo, a hacer de la necesidad virtud, de la prevención una costumbre, de la forma más sencilla y económica.

Todos nuestros amigos dieron por hecho que la presencia del virus limitaría nuestra vida sexual, que dejaríamos de practicar sexo fuera de la relación, pero ninguna de las dos estábamos dispuestas a que el VIH cambiara nuestras vidas, que las empequeñeciera. Resulta agotador tener que recordarles constantemente que el riesgo está en las prácticas y no en los grupos sociales. Que el sexo se realice en pareja o en grupo, en matrimonio o fuera de él, gratis o por dinero, con VIH o sin él, que sea heterosexual u homosexual no debe ser objeto de preocupación sanitaria, mientras se haga uso del preservativo, ningún acto sexual en sí mismo amenaza a la salud o la seguridad. Pero sospecho que todos los cuchicheos no tienen solo que ver con la desinformación, sino con haber entremezclado de forma interesada la moral con la salud desde hace tanto tiempo. La distinción entre el sexo bueno y el sexo malo y el estigma extremo y punitivo que ello conlleva para las personas que se quedan al otro lado de lo socialmente aceptable es anterior a la aparición del VIH. Las personas estigmatizadas son las que más han sufrido, pero los cambios sociales y legales que acarrea todo estigma nos afectan a todas. Una ética sexual pluralista, que insista en la responsabilidad partiendo de la variedad sexual como algo existente, es urgente.

Además de convivir en una sociedad que estigmatiza, somos parte de una sociedad neoliberal. A Carmen y a mí antes de dormir nos gusta imaginar cómo sería su realidad si el VIH no hubiera emergido en los 80, en el contexto de inicio del ciclo neoliberal del capitalismo. No somos ingenuas, nosotras revisamos nuestra responsabilidad personal, cada vez más personas lo hacen, nuestras amigas recorren la ciudad para recoger preservativos gratis en el Centro Alba, pero lo hacemos dentro de un sistema que muestra a diario sus deficiencias e intereses. Por eso imaginamos y luchamos, para que la medicina esté al fin al servicio de la salud y las personas, y no de las grandes farmacéuticas y por la movilización de recursos económicos y financieros públicos y de cooperación científica al servicio del bien común, por políticas de distribución democrática de la riqueza creada entre todas.

Así todas las personas podremos acceder a los recursos básicos: al sistema sanitario público, pero también a una vivienda en la que poder cuidarnos, una renta con la que pagar los medicamentos, a una educación sexual integral e inclusiva que permita reconocernos a todas como sujetos deseantes y deseables. Sin casa, o en una infravivienda, sin dinero ni recursos, sin apoyo social, en la situación en la que se encuentran muchas personas, es irrespetuoso pretender el cuidado de su salud. Lo mismo que el VIH no es cosa de otros, la necesidad de justicia social tampoco, como decimos en el Teatro Comunitario del Gancho: “Nadie está seguro hasta que todo el mundo esté a salvo”.

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